En post de hoy veremos algunos ejemplos de cómo nos hablamos a nosotros mismos y de cómo el cambiar el lenguaje y la forma de dirigirnos a nosotros mismos nos puede motivar en vez de desmotivar.
Por ejemplo, si me digo “soy malo para el inglés”, o “parezco tonto hablando inglés”, ¿Cómo crees que te vas a sentir? No muy bien, ¿verdad?
Y ¿Cómo crees que vas a aprender? No muy bien, ¿verdad?
Lo normal en estos casos es hacer cosas para darnos la razón, “soy malo para el inglés”, es decir, no hacer, evitar hacerlo y así tener razón de que soy malo para el inglés o lo que quiera que se te haya metido en la cabeza. En este caso esta manera de pensar nos lleva a un mal sentir que trataremos de evitar a toda costa, esta sería una forma desmotivadora de dirigirte a ti mismo.
¿Qué pasaría si en vez de pensar que eres malo para el inglés, piensas que estás aprendiendo, que tienes derecho a equivocarte y que cuanto más practiques, mejor se te dará? ¿Cambia algo?
Supongo que la forma de sentirte y la forma de actuar, puesto que ya no lo rechazarás de lleno y harás cosas para conseguir aprender.
Explora la forma en que te hablas a ti mismo en alguna actividad que no se te dé muy bien, y toma nota la forma en la que te relacionas con ello. ¿Qué te dices?, ¿Qué sientes?, ¿Qué haces?
Piénsalo bien, si le hablaras así a tus amigos, ¿tendrías muchos?
Hay muchos ejemplos de “desmotivadores,” incluyendo profesores y el propio sistema educativo, aunque lo mejor es preguntarse.
¿Qué puedo hacer al respecto?
Si la respuesta es nada, lo mejor es pasar página y centrar nuestra atención en otra cosa.
Si se puede hacer algo, entonces hazlo.
La duda, quita mucha energía, también el pensar en lo que tienes que hacer y no hacerlo. Un truco puede ser ponerlo por escrito, ya que lo que está en el papel no está en la cabeza y nos deja espacio para otras cosas más importantes.
Para el apartado qué puedo hacer al respecto está este cuento:
En tus manos
Relata un cuento zen que en un monasterio había un discípulo que desafiaba siempre a su maestro. Cierta vez, ocultando a sus espaldas a un pájaro que sostenía en las manos, el discípulo se paró desafiante ante el maestro y le preguntó: “Maestro, aquí detrás tengo un pájaro. Dígame usted que lo sabe todo: ¿está vivo o está muerto?”. (De tal modo que si decía que el pájaro estaba vivo lo ahorcaba y si decía que estaba muerto abriría sus manos y lo dejaría volar.) El maestro lo miró a los ojos con respeto y compasión, respiró profundamente y con mucho amor le respondió: “eso depende de ti. La solución está… ¡en tus manos!”
La pregunta real del maestro a su desafiante discípulo es: “¿Cómo quieres vivir tu vida?, ¿cómo quieres usar el poder que está en tus manos?” Esta es la pregunta que os podéis hacer “¿Qué quieres que te ocurra en esta situación?, dadas las circunstancias a las que la vida te enfrenta, ¿cómo puedes responder más eficazmente a esta situación?”
Acordaos de que hay cosas que no dependen de vosotros, como que haga frío o calor o que el profesor explique mejor o peor. Lo que sí que podéis es preparar la ropa adecuada o pedir que el profesor os aclare algo que no habéis entendido, si aún así no funciona. ¿Qué más podéis hacer?
“Lo malo no es tropezarse con una piedra, lo malo es encariñarse con ella.
El enfadarse con alguien porque no hace su trabajo, o por el motivo que sea, es como tomar veneno tú y esperar que el otro se muera, ¿No os parece?
Si cambiamos la forma de ver las cosas, las cosas cambian.
También es importante hacer cosas para cambiar algo, y para ello os vais a preguntar por qué es importante cambiar, ¿Para qué lo necesito? ¿Qué me puede aportar el cambio?
Piensa en algo que se te dé bien. ¿Qué piensas al respecto? ¿Qué te dieces? ¿Cómo te sientes? ¿Qué haces? ¿Qué diferencias hay con lo que no se te daba bien?
Para finalizar os dejo con un cuento: El niño y la estrella de mar
Como cada mañana, el hombre se despertó y bajó a pasear por la playa. A diferencia de otros días la orilla estaba repleta de miles de estrellas de mar que se extendían a lo largo de toda la costa.
Pensó que ese curioso fenómeno sería consecuencia del mal tiempo y el viento de los últimos días. Se sintió triste por todas aquellas pequeñas criaturas. Sabía que las estrellas de mar tan sólo viven 5 minutos fuera del agua.
El hombre continuó caminando absorto en sus pensamientos. De repente se encontró con un niño pequeño que corría de un lado a otro de la arena. Tenía la cara sudorosa y los pantalones remangados.
¿Qué estás haciendo? – Le preguntó el hombre
Estoy devolviendo las estrellas al mar, – contestó el niño – Junto todas las que puedo y las lanzo más allá de la rompiente para que no vuelvan de nuevo a la arena.
Ya veo – contestó el hombre – pero tu esfuerzo no tiene sentido. Vengo caminando desde muy lejos y hay miles de estrellas ancladas en la arena. Quizá millones. Podrás salvar a unas pocas pero la inmensa mayoría morirá y todo tu esfuerzo no habrá servido para nada. No tiene sentido lo que haces.
El niño sorprendido le mostró una pequeña estrella que escondía en la palma de su mano y antes de lanzarla al océano le dijo al hombre: “Para ésta sí que tiene sentido”
¿Qué podemos aprender de esta historia?
Debes continuar haciendo aquello en lo crees, independientemente de la opinión de los demás.
Cualquier pequeño acto supone una diferencia en sí mismo.
Divide tus grandes proyectos en pequeños objetivos para ir cumpliendo poco a poco. No dejes que la magnitud de tu proyecto te quite la motivación para ir dando estos pequeños pasos.
Cambia tu manera de hablarte y haz que tu cambio tenga sentido.